LÁZARO, ENTRE LA RESURRECCIÓN Y “LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVIENTES”
Una reflexión (casi) zombi
Educador, hijo, hermano, amigo.
“…un muerto de pronto se incorpora con los pies y las manos atados con vendas, y con el rostro envuelto por una mortaja. El pavor y la confusión empiezan a apoderarse rápidamente de los atónitos asistentes en medio del hedor acumulado que fluye de la tumba ahora abierta. Se oyen algunos gritos destemplados a la par que el “cadáver” empieza a dar sus primeros pasos y emitir sus primeros gruñidos…”
Con facilidad esta breve escena podría ser parte de la película “La noche de los muertos vivientes” (1968), -cinta ícono del género de terror-, que llevó a la fama a su director George Romero e hizo emerger un nuevo subgénero: el cine de zombis. Pero no, la escena en cuestión no es de reciente data ya que se trata de un hecho mucho más antiguo que se remonta al año 33 de nuestra era. Se trata de la resurrección de Lázaro.
Ok, ok, de acuerdo, debí suponer que para muchos de ustedes ese nombre no les dice mucho, pero, ¿si les dijera que ese nombre y su historia nos revelan nuestro futuro último si tuviéramos Fe?, y más aún, ¿si les dijera que por esta Fe resucitaremos y nunca (¿más?) seremos unos “zombis”?
Pues venga para acá y échele una leída a estas líneas:
EL “MUERTO VIVENTE”… EL ZOMBI
George Romero fue un visionario, qué duda cabe. Desde la irrupción de su ópera prima, la figura del zombi ha tenido tal proyección en el imaginario cultural, que a estas alturas revela mucho sobre nosotros como parte de esta sociedad “postmoderna”.
Romero tuvo la agudeza de escribir en un guion una metáfora de nuestro tiempo: el tiempo del miedo. Para corroborar esto solo revisen la ingente bibliografía al respecto, desde Bauman y su “Miedo líquido” (2006), hasta Heinz Bude y “La sociedad del miedo” (2017) por citar a los más recientes.
Pero ¿miedo a qué? Para empezar, se tiene miedo a lo que no se conoce, a lo que no puede ser categorizado, a lo que escapa a toda re-presentación. Pero más aún, se tiene miedo a la no-persona, al des-personalizado.
Así empieza toda trama zombi, con una masa desbocada y no con individuos reflexivos. “El amanecer de los muertos” (2004) es paradigmática: la masa de zombis ya no es un grupo de quienes porque estos no responden a nombres personales ni comunican subjetividades. Pero tampoco están “vivos” porque no trasmiten vida, solo traen muerte y miedo. En términos biológicos, un zombi estaría clasificado en esa extraña ubicación en la que se ubican los virus.
El zombi tampoco tiene nombre, o es “un muerto viviente” (“Night of the living dead” (1968)), un “caminante” o un “merodeador” (“The Walking Dead” (2010-2017)), un “portador” (“Guerra Mundial Z” (2013)) o simplemente un “R” (“Mi novio es un zombie” (2013)).
Es un desconocido absoluto, incapaz de darse a conocer como un Quién.
El filósofo español Leonardo Polo Barrena reconoce en su antropología trascendental que a nivel del Ser Personal, es decir del Quien soy, estamos constituidos por cuatro trascendentales personales: la coexistencia, la libertad, el conocer personal y el amar personal. Luego, la persona humana en este nivel realiza Actos y Hábitos. Precisamente por sus Hábitos la persona es dual, es decir se “abre”, es Apertura. Al ser Apertura, cada Quien es una fuente inagotable de novedades.
Pues bien, según Polo, esta Apertura se da: “hacia afuera”, es decir, hacia los demás Quienes y el Universo; y “hacia dentro”, es decir, hasta descubrir quiénes somos y que deviene hasta Dios.
En un zombi no hay Apertura alguna, no se “abre” a los demás y por lo tanto no “crece”, solo lo domina un voraz apetito de carne humana y/o sesos, según la narrativa a desarrollar. No hay un cuerpo en una naturaleza que es expresión del Ser Personal, solo se nos hace visible un cuerpo putrefacto, un cuerpo en descomposición.
Pero una pandemia zombi también revela uno de nuestros mayores y temibles miedos: el llegar a convertirnos en un ser despersonalizado, incapaz de humanidad al estar completamente dominado por el instinto primario de comer, comer a otras personas sin aviso ni razón alguna. ¿No es también una metáfora que remite a todas aquellas personas insertas en la racionalidad económica neoliberal, capaces de vivir a costa del bienestar vital de otras? ¿O será que en el paroxismo capitalista las personas consumen indiscriminadamente bienes hasta convertirse en zombis hambrientos de ofertas del mercado? Pues esta es la lógica de la cinta cómica inglesa “Shaun of the Dead” (2004).
Aún más. Este estado permanente de zombi también puede ser transmitido por una mordida o rasguño, y de este modo, todas sus víctimas irán perdiendo lentamente su humanidad, hasta “cerrar” -en términos polianos-, su Apertura personal. Esto se muestra magistralmente en “Maggie” (2015), en dónde vemos el sufrimiento de un padre que se resiste a “matar” a su hija mordida por un zombi, y la agonía de esta, quién lucha desde su intimidad por no cerrar esta Apertura. Igualmente, en la aclamada película coreana “Tren a Busan” (2016), vemos como dos padres de familia mordidos por zombis se resisten hasta el límite de lo posible por no cerrar sus Aperturas personales en su lucha por defender a los suyos.
Desde el aspecto sociológico, lo que es común en todas estas cintas, es la visualización de la descomposición de toda sociedad contemporánea por la descomposición –literalmente hablando-, de cada uno de sus integrantes.
En efecto. Una sociedad estará cada vez más descompuesta -siendo evidente el establecimiento del caos y la destrucción-, cuando sus integrantes están a su vez descomponiéndose, es decir, cuando están más despersonalizados, cerrados para afuera y para adentro. ¿Cómo sobreviviremos a ese futuro incierto si es que primero no salvamos esta Apertura que nos permite ser personas?
Entonces, ¿debemos “mirar” hacia afuera? En medio del desastre y con zombis por doquier es muy complicado, salvo que seamos capaces de amar, de darnos entre sí hasta el sacrificio personal. Esta es la lógica de “Mi novio es un zombie” (2013), en dónde el impersonal zombi “R” descubre que aún es capaz de amar al conocer a Julie, (recuérdese que solo se ama lo que se conoce), descubrimiento y acto que ocasiona que su corazón vuelva a latir. Ese es el drama de Rick y compañía en la serie “The Walking Dead” (2010), quienes comprueban capítulo a capítulo, cómo a pesar de todo, los “caminantes” solo hacen lo que tienen que hacer mientras que los vivos son mucho más peligrosos al ser impredecibles y ser capaces de los peores males: los morales.
¿“Miraremos” hacia adentro? Pues este camino pasa por reconocer que la salvación personal empieza a gestarse cuando descubrimos y aceptamos tener nuestro propio mal dominante. Esta es la propuesta de “Guerra Mundial Z” (2013), en dónde los zombis no atacan a aquellas personas que padecen de un mal incurable, situación que es comprendida por Gerry Lane, en una Jerusalén asediada y finalmente tomada.
¿Hay algo más adentro?, pues sí.
Hasta aquí Lázaro no sería más que otro zombi, o sea un no vivo que está “viviendo” la muerte sin escapatoria, a no ser que esa Apertura hacia adentro, sea vía para el encuentro con Alguien más íntimo que mi misma intimidad. Vaya Apertura que me permite alcanzar mi Origen en dónde puedo saber realmente Quién soy y en dónde puedo vivir de nuevo con mi cuerpo sin corrupción después de muerto. ¿Cómo será esto posible?
EL “VIVO DESPUÉS DE MUERTO”… EL RESUCITADO
Había precisado antes que el abrirnos “hacia afuera” y “hacia adentro”, desde nuestro Ser Personal o Quién soy, nos permite vislumbrar dos dimensiones del trascendental amar personal: el dar y el aceptar.
Abriéndonos hacia afuera, establezco relaciones con las demás personas humanas, y si es hacia adentro, establezco una relación con Dios. De un modo u otro, se trata del encuentro de dos intimidades: la mía con la del otro o la mía con la del Otro.
Esta dinámica del dar y aceptar, implica radicalmente la donación de mí mismo, lo cual es siempre posible, cuando amamos a otros porque existen y existimos. Pero, al no poder haberme dado yo mismo la propia existencia, queda en evidencia el hecho de haber sido creado, que soy creación de Dios, por lo que el mayor acto primigenio de amor es la aceptación, el aceptar que existo por el don de la vida que Dios me dio.
La resurrección de Lázaro, como señal de la resurrección de todas las personas, debe ser un hecho histórico, es decir, situado en el tiempo del universo contingente, y por lo tanto, percibible a los sentidos y eminentemente natural.
En efecto. La Gloria de Dios se muestra en la resurrección del hombre, -resurrección de este en toda su naturaleza-, de la cual su cuerpo es tan digno como su alma. De este modo se huye de la tentación gnóstica de exaltar al fantasma y desdeñar la carne. Por otra parte, el cuerpo destrozado del zombi es también la proyección del destino que le damos al no cuidarlo y al olvidar su legítima dignidad. En la película “Mi novio es un zombie” (2013), el corazón de “R” pudo volver a latir al no estar su cuerpo tan descompuesto. Sin embargo, “R” debe proteger a Julie de los “Bonies”, que son zombis llenos de maldad que señeramente han perdido casi toda la carne alrededor de sus huesos.
Lázaro es de este modo la promesa que pone en valor la vida terrenal y sus fragores en clara continuidad con la vida eterna. ¿En qué momento de la historia ha sido más exaltada nuestra corporeidad? Desde Nietzsche a Foucault, pasando por el Marqués de Sade y Bataille, anduvimos cerca más nunca acertamos.
Lázaro vuelve a la vida sin perder su Ser Personal, es decir, abierto hacia afuera: intenta salir por sus propios medios de esa oquedad oscura y polvorienta; y abierto hacia adentro: reconoce su nombre y re-conoce la voz de quien es Dios que lo llama a la vida. (“¡Lázaro, sal fuera!” (Juan 11, 43))
Lázaro vuelve a la vida con su memoria e identidad, ¡es él mismo!, ¡resucitado y no re-creado! Lázaro no fue ni será jamás un zombi ya que la muerte en él es vencida con la carne de su propio cuerpo.
- La resurrección de Lázaro según Zeffirelli (1977)-