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TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN PARA DUMMIES PERUCHOS

Una síntesis políticamente incorrecta

Educador y especialista en Teoría del Conocimiento

ALDO LLANOS MARÍN

Publicado: 2014-05-17

De seguro que muchos de los que me han leído dirán: “ahí va nuevamente”, y que además pensarán que soy una suerte de pincha globos de todo lo que huela a progresismo, Iglesia incluida, pero no, y tal vez algunos se sorprendan porque una cosa es escribir sobre la Teología de la Liberación desde el análisis académico y otra escribir sobre ella conociendo en persona a uno de sus fundadores latinoamericanos más conspicuos, el padre Gustavo Gutiérrez hoy O.P.  

Mi relación con don Gustavo se remonta a mi abuelo, el último socialista que queda en una familia que entre los 60s y 80s lo era en su totalidad. Él, huancaíno, guardia civil de ciudad y rural –con caballo y capa incluida-, y tras su retiro, dirigente cooperativista-policial, lo empezó a leer desde sus noveles épocas destacado en Arequipa además de ir a escucharlo en numerosas ponencias cuando coincidían en el mismo departamento.

Durante aquellos años la izquierda peruana provocaba numerosas adhesiones sobre todo entre los migrantes que habían llegado a la capital y para quienes la Teología de la Liberación –un boom en el Perú y Latinoamérica en esos momentos-, parecía ser el oído de una Iglesia Católica que podía escucharlos después de muchos años de injusticias. A mí nadie me viene con cuentos, en muchísimos lugares del Ande y sobre todo durante la primera mitad del siglo pasado, se vivió, lastimablemente, un clima de marginación y desprecio hacia los indios y mestizos, testimonios que narraban los mismos viejos que lo padecieron y que con inevitable pena hacían llegar a los oídos de un niño que en todas las vacaciones de verano viajaba a provincia para visitar a la familia que se quedó por allá. Ese niño por supuesto, era yo.

EVIDENTES SITUACIONES DE INJUSTICIA SE VIVIERON EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX EN LOS ANDES PERUANOS

Mucha agua pasó bajó el puente de mi vida, y a pesar que llegado el momento debí seguir mi conciencia y tomar posición intelectual con la mayor rigurosidad que me fuera posible, la figura de don Gustavo me seguía atrayendo porque era el nexo con un bache de mi historia familiar-cultural, el nexo con una época de luchas intestinas, de golpes y democracias interrumpidas, de pasiones políticas y clamor popular, bache en el que los Marín estuvieron inmersos y yo no me lo podía perder.

Conocer en persona a don Gustavo y compartir inquietudes intelectuales con la mayor sencillez es su mejor carta de presentación y no me quedan dudas que es una persona de muy buenas intenciones, pero haberlo conocido en su vejez y entenderle de su propia boca muchas cosas sobre la Teología de la Liberación, me hacen pensar que él ya no es el mismo de cuando joven, porque una cosa era ver el inicio de esta teología en medio del vendaval socialista de los 60s y otra verla después de cinco décadas, reparando sobre todo en las terribles deformaciones que hicieron metástasis inmediatamente después del Concilio Vaticano II. 

Pero no faltan también los alharacosos, que en el arrebato de su conveniencia o ingenuidad ideológica, hablan de “Teología de la Liberación liberada”, manifiestan a siniestra que “Gustavo Gutiérrez fue recibido como “héroe” en el Vaticano”, exultan de júbilo escribiendo en sus encabezados que “El Papa Francisco aprueba la Teología de la Liberación”, etc., sin caer en la cuenta de que la Teología de la Liberación tiene aciertos pero también contiene serios problemas sobre todo de clarificación de su praxis real, pero que ante tanta alharaca mediática nos va dejando la impresión de que se estarían aprobando todos los progresismos radicales, el “humo de Satanás que se cuela en la Iglesia” como denunció Paulo VI.

Este es en realidad el último gran ataque a la Iglesia Católica: el ataque del Modernismo, que es sin dudas, la suma de todas las herejías.

La Teología de la Liberación raíces y problemas

Cuando a finales del s. XIX e inicios del s. XX, el Modernismo parecía decir la última palabra sobre todo lo que era conocido y cognoscible, muchos teólogos fueron seducidos por la idea de abandonar la tradición escolástica como corpus filosófico, y pretendieron partir de filosofías modernistas para reinterpretar el cuerpo doctrinal de la Iglesia llegando inclusive a plantear la dicotomía: Kant o Marx. Solo fíjense las tesis y artículos que se escribieron por aquellos años para hallar a estos dos filósofos de modo preponderante en las citas bibliográficas.

Pero tal como lo nota con agudeza Leonardo Polo, la modernidad es una consecuencia por reacción a Lutero porque la antropología protestante fija la idea de que el hombre no es libre y que por ende no es capax Dei. Desde el magisterio protestante primigenio se enseñó que el pecado original no ha corrompido parcialmente al hombre, tal como lo enseña el catolicismo, sino mucho más: lo ha corrompido totalmente, de allí que se entienda –siempre en clave protestante-, que el hombre no puede realizar algún acto libre que sea válido, sino que estos solo son valederos desde Dios. La liberación del hombre de todo aquello que lo aqueja no es posible por la actuación humana sola sino que siempre proviene de algo externo, no humano. Dios.

Esta liberación en el fondo no nos libera de nada sino solo nos garantiza un lugar en el cielo aunque el hombre siga siendo un pecador.

Este es el ADN teológico que se encuentra en Kant ya que al analizar su afamado Imperativo categórico, este se revela como un absoluto ético, justificante en sentido estricto formal en el que no puede ni debe incluirse ninguna intención humana. Esto es entendible porque al crecer en un ambiente luterano -Königsberg, Prusia-, creció formado con una idea pesimista del hombre: el ser corrompido en su totalidad, incapaz de hacer algo bueno por sí mismo.

Pero al pretender emanciparse de la idea de Dios ¿hacia dónde se dirigirá la voluntad de bien, la acción, la praxis?, ¿hacia el impersonal y frío Imperativo categórico? Basta con leer la Crítica de la razón práctica para entender que se trata en el fondo de una crítica radical de la práctica (recuérdese el ADN protestante en su formación intelectual) por lo que tarde o temprano surgiría una respuesta por reacción al no hallar a Dios en la ecuación. La Modernidad.

Si Dios no existe ¿quién o qué justifica mis acciones fuera de mí?, entonces no queda más remedio que justificar mis acciones por sus resultados, por sus productos, por lo que se obtenga de ella.

Los ejemplos más conspicuos de esto lo constituyen Nietzche y Marx para quienes la moral no existe ya que esta se contempla como algo extrínseco. Para Nietzche la voluntad de poder es producción, acción y para Marx la justificación de la praxis es ella misma (la transformación). Para ambos la acción es lo absoluto, no puede tener un final porque entonces dejaría de ser absoluta y se anularía como tal. Todo es cambio, evolución, transformación, praxis indetenible. ¿Y la libertad?, solo se daría en la praxis, y esta como ya se deja ver, es libertad entendida como liberación.

Ahora se entiende el porqué de ciertos sectores (minoritarios menos mal) de la Iglesia católica que al adherirse a los postulados de la Teología de la Liberación, deforman la antropología cristiana reduciendo la libertad, entendida correctamente como propiedad de la esencia y como acto del ser, a una libertad por la acción, una libertad de.

Una vez que se parte de esta concepción antropológica ya no falta nada para negar la existencia de una naturaleza del hombre y esta a su vez es intercambiada por el dinamismo de la praxis humana. Al comprender este punto se entiende mejor el porqué de algunos clérigos y religiosas afines a la Teología de la Liberación que apoyan erradamente el homosexualismo y el feminismo más radical.

Una primera conclusión que puede darse es que esta desviación de la concepción antropológica del hombre solo puede entenderse partiendo de Lutero y terminando en Marx. Para Lutero el hombre está corrompido totalmente, se encuentra en estado de miseria y ya no tiene nada que hacer, solo queda la fe (fideísmo). Para Marx el hombre es un egoísta total -un miserable-, por lo que debe auto-conquistarse mediante la acción (marxismo).

LUTERO Y MARX EN LAS RAICES DE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN

Esta es la dialéctica de la modernidad: una fe sin obras versus unas obras que hay que absolutizar. 

Ahora vayamos a la obra cumbre de don Gustavo: Teología de la Liberación. Perspectivas. (1971) En los siguientes párrafos se logrará comprender mejor la argumentación previa:

“Se parte de las experiencias de hombres y mujeres comprometidos con el proceso de liberación de este subcontinente de opresión y despojo que es América Latina”

“En este mundo de información, de técnica, el pobre está marginado del circuito económico”

Al igual que en Lutero y Marx, el punto de partida es la situación-condición del hombre en la miseria.

“La teología es una reflexión sobre la fe y la fe lo que tiene que hacer es movilizar a las personas para cambiar”

“Ser cristiano es ser testigo de la resurrección de Jesús, y significa también superar la pobreza, que es muerte, algo inhumano, contrario a la voluntad de Dios. Si la pobreza es contraria a la voluntad de vida de Dios, luchar contra la pobreza es una forma de decirle sí al reino de Dios”

Es notoria la idea del hombre que se hace, un auto-redentor no individual sino social, atajando de este modo el egoísmo innato (individualismo) del ser humano del que Lutero y Kant siempre desconfiaron. Para sortear esta dificultad, que en el fondo es un pesimismo antropológico, la Teología de la Liberación propone la caridad cristiana, en clave de solidaridad con los más pobres, como el medio por el cual se justifica la acción humana, claro, siempre que se trate de una acción social y no individual. ¿Esto no huele a ideología conocida?

La irrupción del marxismo en la Teología de la Liberación

Marx no se anda con rodeos. Su doctrina sacraliza la práctica colectiva como respuesta al pesimismo antropológico de Lutero y Kant, pero, sin tomar en cuenta a Dios sustituyéndolo por el Estado.

¿Y si metemos a Dios en la ecuación? Pues entonces ya tenemos una teología.

¿Y cómo se llamaría esa praxis absolutizada en esa nueva teología? Pues tiene un nombre sugerente: ortopraxis

Don Gustavo lo dejaba muy en claro cuando afirmaba: “(la Teología de la Liberación) parte de la praxis histórica del hombre....de la praxis concreta, histórica, liberadora y subversiva de los pobres”... “la teología contemporánea se halla en un insoslayable y fecundo diálogo con el marxismo” 

Este es un primer error que conduce a derivas posteriores y a excesos y defectos en la aplicación concreta de esta teología. Un buen ejemplo de esto es el pensamiento desarrollado por el teólogo liberacionista uruguayo Juan Luis Segundo para quien sólo merecen el nombre de “pobres” los “pobres en lucha”, o sea los que se adhieren a la lucha de clases. 

La conjunción con la praxis comunista es ya una posibilidad realizable a voluntad y criterio de los liberacionistas. 

Algunos ejemplos patentes que refuerzan esta idea lo constituyen el sacerdote colombiano Camilo Torres, quién entre 1929 y 1966 se enroló en el “Ejercito de Liberación Nacional” (ELN), un grupo subversivo que combatía contra el ejército regular colombiano, y el sacerdote asturiano Gaspar García Laviana, quién también tomó las armas al entender que un cambio político pacífico no ayudaría a paliar las terribles necesidades que veía todos los días en la Nicaragua de Somoza.

Muchos más ejemplos lo encontrarán con facilidad en la internet. 

Un verdadero catolicismo excluye esta absolutización de la praxis, porque en la colaboración del hombre con el proyecto de Dios, este le hace un llamado a la acción de modo constante, pero, este llamado siempre es y será de índole personal.

ELOCUENTE CARTEL DE PROMOCIÓN DE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN

Historia universal e historia de la salvación

Otro problema que afronta esta teología es la de fundir la historia de la salvación dentro de la historia universal, cosa avalada desde los escritos del jesuita Karl Rahner y criticada por Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) desde épocas conciliares.

Para don Gustavo, la historia es una sola y esta es la historia universal entendida como "historia de la liberación". Esta historia no es historia de la salvación, por lo que la Iglesia tiene que subordinarse a la historia universal, y ser relegada de su situación temporal y sustituida por otras formas no institucionales de acuerdo a los signos de los tiempos. Por ello, para los que siguen esta teología con aplicaciones prácticas, la salvación no pasa necesariamente por la Iglesia misma sino que pasa por las manos de cualquier sujeto histórico implicado con el cambio (recuerde nuevamente la absolutización de la praxis).

No importa si estos protagonistas del cambio no sean ortodoxos con la fe de la Iglesia, lo que importa es el cambio mismo, la ortopraxis, y esto lleva a obvias confusiones a futuro porque los cristianos terminarán viendo profetas en cualquiera de forma indiscriminada y rechazarán de plano el magisterio de la Iglesia. Por un lado estarán los que abandonen la ortodoxia para ponerse en manos de estos nuevos protagonistas seculares (esta es la doctrina de Hans Kung, José María Vigil, Mathew Fox y Frei Betto) y por otro lado estarán los que sigan sosteniendo que el cristiano debe iluminar el mundo aunque se tenga que modificar la doctrina para amoldarla a los nuevos tiempos (esta es la doctrina de José María Castillo, Juan José Tamayo y Andrés Torres Queiruga)

A cualquier liberacionista se le podría hacer la siguiente pregunta para descubrirlos: ¿Quién es más cristiano, Marx o un capitalista?

Ambos grupos antes descritos siempre caen en una suerte de historicismo porque entienden la historia en clave marxista, es decir entienden la historia de forma lineal o dialéctica pero siempre desembocando en un estadio final, inevitable e ineludible. Error. La historia está hecha por la acción del hombre porque es el modo de ser en el tiempo de todas las personas que conforman la humanidad, por lo tanto esta no puede culminar por sí misma por lo que no tiene carácter de inevitable, de modo absoluto. Sin personas no hay historia.

LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN ¿TRAS EL FIN DE LA HISTORIA?

Al no ser la historia un proceso necesario e inevitable, el fin de la historia no es otra cosa que la interrupción de esta. El sentido de la historia es eterno y la historia termina precisamente cuando irrumpe la eternidad. Hacer una filosofía de la historia es complicado si no se tiene en cuenta la relación entre lo natural y lo sobrenatural en el hombre, por lo que muchas veces los seguidores de esta teología van secularizándose hasta niveles realmente patéticos: El último Leonardo Boff y sus tesis teo-ecológicas o los experimentos religiosos perpetrados en el seno de la Conferencia de Líderes Religiosas (LCWR, por sus siglas en inglés) de los EEUU.

Aquí empieza a perfilarse la importancia de la concepción de Iglesia pero en un sentido más pleno, es decir, teniendo en cuenta no solo a la Iglesia histórica (militante y terrenal) sino también a la Iglesia triunfante (celestial). De este modo, el fin de la historia de la Iglesia temporal es la Iglesia triunfante pero no como su culminación porque hace falta la muerte, el juicio final, la resurrección de los muertos y la renovación de toda la creación. Sin eso no hay Reino de Dios en términos absolutos, cosa que parecen recelar los teólogos de la liberación porque entienden reductivamente la libertad como libertad de y no libertad para.

La respuesta antropológica es la correspondencia al amor de Dios ¡y no divinizar la acción! porque el hombre es apertura, es donación, la libertad es para, con lo que el ejercicio de la libertad en nuestra sociedad significa disponer para los otros –el prójimo-, libremente de lo producido.

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El panorama actual no pinta muy halagüeño:

- La doctrina de la Iglesia se empieza a cuestionar, debilitando la fe del pueblo. Se reclama por el sacerdocio femenino, las uniones de hecho, la apertura a liberalidades sexuales, el abandono del cristocentrismo y de algunos dogmas de fe, todos enunciados como “avances” en la doctrina de la Iglesia que debería ser “inclusiva y plural”. ¿Le sonará bien esto a la gente de la Conferencia de Superioras y Superiores Mayores de Religiosos del Perú (CRP)?

- Mientras tanto la actividad pastoral es confundida, la liturgia eucarística y la confesión ya no son consideradas necesarias como sí lo son la solución de los problemas socio-económicos de un pueblo o grupo humano determinado. ¿Les corresponde esto a los curas y religiosos o a nosotros los laicos?

- La autoridad es desacatada o cuestionada, es decir la obediencia a Roma siempre es puesta en tela de juicio, relajando la disciplina del clero. Sólo recuerden a Leonardo Boff y su “Eclesiogénesis” o a Ernesto Cardenal amonestado duramente delante de cámaras por Juan Pablo II.

Por lo que al recordar esto solo me queda contemplar a Don Gustavo mientras se retira caminando con su bastón. Nunca tuve el valor de preguntarle qué opinaba de esto con todas sus letras, porque prefiero al padre Gutiérrez autor de ese hermoso libro "Entre las Calandrias” (análisis del epistolario escrito entre él y José María Arguedas) , porque prefiero al padre Gutiérrez que siempre tuvo en su mente a los más necesitados después de tantos años de injusticias en los Andes, porque prefiero al padre Gutiérrez que nunca se negó a hablar conmigo cuando lo abordaba, porque siempre espero volverlo a ver.

En el rimac hace algunos años


Escrito por

ALDO LLANOS MARÍN

Disfrutando del placer de buscar y alcanzar la verdad.


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